El que no baila es un novelista
Las mujeres que bailan, bailan para ser miradas. Bailan para habitar.
Se escribe poesía para habitar un mundo. Escribir una novela es inventar un mundo y no habitarlo. Los novelistas no bailan; los traductores sí.
Recuerdo una fiesta de traductores y poetas. Los traductores bailábamos en la oscuridad; bailábamos borrachos y podíamos mantener el equilibrio. Uno de los poetas que bailaban, en cambio, se llevó una silla por delante y se cayó. De lo que infiero, imperfectamente, que un poeta que baila se desplaza por el espacio y no mira. Baila para ser mirado. Una mirada hubiera sostenido al poeta, impidiéndole caer; pero todas las sillas estaban vacías, porque todos estábamos bailando. Menos uno: un hombre recién venido del extranjero, de pie en el balcón, que escuchaba el idioma extranjero de las canciones que bailábamos y quizás lloraba en silencio.
Los traductores no somos recién venidos del extranjero, llorando en silencio. Hay un alivio en traducir, como hay un alivio en olvidar. Traducir es escribir sin tener nada propio que decir. Traducir es bailar sin moverse. Los traductores bailamos sin movernos, en equilibrio; invisibles, bailamos en la oscuridad.
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