Había más poetas que gente
La fama es como la suerte: si no fuera por la mala, no tendría ninguna.
Ayer, en la presentación de mi libro de poesía Itaca en la Feria del Libro de Rosario, la escena fue como la de una de esas películas de bajo presupuesto sobre Cristo cuando, ya cerca del final, se van atrasando los sueldos a los extras y éstos empiezan a ralear sus apariciones por el set (¿o era realmente así en el guión y el relato bíblico?). Parecía Talk radio: ahí estaban, cómodamente ubicados entre un montón de sillas vacías, "los siete que nos quieren", como dijo un enemigo alguna vez.
No, enemigos no había. Sí vinieron un par de alumnos de mis enemigos. Llegaron temprano y se fueron tarde. Vino mamá con flores ("Mi madre vino al cielo a visitarme"; Héctor Viel Temperley). Mi mejor amigo y colega blogger, autodenominado mi discípulo (sentado adelante) me tenía las flores, al lado de mi mejor amiga, poeta, que me tenía eso que insisto en llamar maletín; junto a ellos estaba el amigo de mi amiga, y después cayó la amiga de mi amiga; también son amigos míos. Y poetas. Y escuchando toda la lectura con los ojos cerrados estaba el amigo (maestro poeta) de la adolescencia. Hasta vino el amante, tarde, y miró desde un rincón, pero su aterciopelada presencia se diluyó demasiado temprano (desapareció, así nomás). Luego mi otro amigo que también es mi mejor amigo, el que siempre llega y se va temprano (poeta también, sentado al fondo, junto al único poeta y lector de poesía que vino por la poesía en sí) cerró la puerta, con lo que mi voz pudo oírse mucho mejor, sólo que al rato el humo acumulado en la sala comenzó a asfixiar a mi madre, quien salió y se volvió a su casa (dejó mensaje, explicando). Tarde y pidiendo disculpas llegó otra apasionada por la poesía más, tarde para las fotos el hermano fotógrafo y se fue; más tarde aún cayeron mis parientes recién llegados del extranjero, pero no importó que fuera tarde porque sumando a los amigos armamos una bandita como de cinco o seis en total y nos fuimos a comer una rica pizza y un rico helado por ahí. Para admiración de todos (y especialmente de su mamá y de su tía), mi sobrino inventó el helado de vainilla y chocolate con palitos salados. Al fin, un saldo positivo: toda una vida luchando por escribir mi propia versión de La tierra baldía, varias largas (y caras) mañanas mandando emails, para poder lograr una agradable reunión amistosa y familiar (sin caras largas... ¡y con fotos!).
Gracias GuáteR por la birra. Perón (según vos) cumple; you too, my son.
Y me cago en la prensa local.
<< Home