Un día prefecto
De acuerdo con Omar Genovese en que no estamos en Estados Unidos.
De acuerdo en que Islas Malvinas no es una escuela secundaria privada, con la superabundancia de espacio y de recursos que muestran los largos y fríos planos secuencia de Elefante de Gus Van Sant (2003).
Es una escuela pública argentina para hijos de desocupados o subocupados o suboficiales mal asalariados. De acuerdo en que las vidas aquí no valen nada. La masacre de Patagones no se puede atribuir al spleen ni al tedio. Pero tampoco a un espontáneo brote de locura: acertarle 10 tiros de 13 a 10 blancos distintos, matando a 3 e hiriendo a 7, requiere de mucho entrenamiento.
"Esto está lleno de metáforas" dijo hoy mi primo Luis. Padre prefecto: ¿perfecto? Nombre del amigo: Dante Pena. Nombre del colegio: Islas Malvinas. Apellido del asesino: Solich. Solich como Solari, como solo.
Hoy mirábamos con Luis, en video, Elefante (¡gracias, Edgardo, por el dato y la recomendación!) y yo recordaba esa escena larguísima de 2001, Odisea del Espacio en que Keir Dullea (o cualquier doble dentro de ese traje de astronauta, para el caso) entra a la nave en busca de Hal. Dura, si mal no recuerdo, 10 minutos. Es un tipo solo en medio del espacio: entre máquinas, lejos de casa, lejos de la Tierra, lejos de todo. La vi a los 17 años y me abrumó por completo.
La soledad de la adolescencia. La que describe Rilke: "...soledad, gran soledad interior. Entrar en sí mismo y, durante horas, no encontrarse con nadie... Estar solo, como se estaba solo de niño, cuando los adultos andaban alrededor enredados en cosas que parecían importantes y grandes, porque los grandes tenían aspecto de tan ocupados y porque no se comprendía nada de lo que hacían". (Cartas a un joven poeta, Losada, Buenos Aires, 1998, pp. 55 y 56).
Esa misma soledad es la que Gus Van Sant en Elefante te tira todo el tiempo a la nuca. No es sólo un colegio, es un vacío interestelar el que rodea a esos chicos. Un elefante, se sabe, ocupa mucho espacio. El lazo de amistad entre Eric y Alex, sus juegos de guerra, el piano, su beso antes de matar y de morir; o el vómito al unísono de esas tres chicas que calculan sus porcentajes de tiempo de amistad en la mesa de la cafetería; eso y poco más resulta real, y aún así, resulta real sólo extrañamente, con la inquietante intensidad de lo precario.
Y nos imaginábamos a los Solich, solos, senior and junior, tirando. Padre e hijo unidos en un ritual contra el mundo. O contra la nada, en medio de la nada de Patagones donde encima, para colmo, no quedó nada.
Silencios.
Incapacidad de que el juego de guerra sea solamente eso: un juego.
Dolores de una cultura sin ficción.
Lo real crece, lo real avanza. Un día todo será real y cuando todo sea real, será el fin. (Jean Baudrillard, De la seducción. 1987).
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