Duncan
¡Amable público! Yo tampoco dormía.
Yo miraba la faz sin rostro de la muerte
en los ojos del varón que más amé.
Él me mataba: hacía de mí, del rey,
budín de carne, merca de peniques.
Lesas humanidad e investidura,
chancho en el matadero,
me fui bajo el cuchillo indiferente.
Desee Zeus que nunca se vaya de mi sangre
su nombre; ni mi sangre de sus manos.
Vengada quede, si no su traición
al menos esta vergüenza.
Beatriz Vignoli, Soliloquios
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