Las fronteras invisibles
Cada vez que entro a un lugar es como llegar a otro país. Tenía razón George Steiner en "Después de Babel": hay muchos idiomas porque la idea no es entendernos todos, sino entendernos vos y yo y que un tercero quede en orsai. Incluso dentro de un mismo idioma, no hay esa gran lengua madre protectora que uno se imagina cuando dice "el español" sino infinidad de fronteras casi imperceptibles, en el espacio y en el tiempo, que no precisan de cambios de bandera ni de aduanas. La naturaleza misma del lenguaje es en parte comunicación y en parte criptograma hermético, código tribal, jerga para iniciados.
Por ejemplo las heladerías: son sectas. No se sabe bien si fabrican helados o construyen catedrales. Quizás las estén construyendo en el sótano. Los helados podrían ser una mera fachada, un culto a lo efímero, que encubre una finalidad más trascendente. "Promo uno", "promo dos", "topping", "candy", "tiramisú"... es un glosario básico que hay que dominar porque si no no, de nada te sirve explicar que te antojaste de esa cosa beige con frutillas y masitas adentro y chocolate arriba. Serás un incomprendido. Una heladería no es el lugar para descripciones impresionistas. Tampoco un kiosco. Una de dos: o sabés la marca del chocolatín que vas a pedir y sabés nombrarla según la pronunciación que el kioskero percibe como correcta, o te quedás sin tu chocolate. Los dos años de kindergarten, siete de inglés en la primaria, cinco de colegio Normal en Lenguas Vivas y tres de Traductorado (17 en total, como el exilio de Perón, como el de Ulises) que te llevó aprender los sutiles matices de la "u" en la palabra "Cadbury" deberán ser extirpados momentáneamente de tu mente. Recuérdalo: debes olvidar lo que sabes. Llegando con hambre a Retiro desde Rosario no podés pedir un familiar de milanesa. Ni un carlitos. Ni un remo. Sí un árabe crudo, sin que nadie piense que se halla ante un matamoros neomedieval especialmente perverso y caníbal. Pero no intentes, nunca, llamar al pan pan y al vino vino porque lo que viene con vino es el "menú uno". "¡Marche un menú uno!" oís decir, y el verdadero sentido de esa frase cuyo significado comparten patrones y empleados por igual es "yo trabajo, pertenezco, aquí estoy, me gano la vida honradamente acá".
Ni qué decir que uno también se gana la vida honradamente siempre que puede; no se trata de atacar a los trabajadores o quejarse de ellos sino de analizar el lenguaje, las fronteras invisibles del lenguaje.
(continuará)
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