el blog de un dinosaurio rosarino que escribe novelas disfuncionales, salvajes e imposibles de conseguir

Sunday, October 03, 2004

La noche de San Jerónimo

El 30 de setiembre se celebra el Día Internacional del Traductor en homenaje a San Jerónimo, que tradujo la Biblia del hebreo al latín y que nació ese día del año 420.

(Mensaje del Colegio de Traductores de Rosario)



Una reunión de traductores en una ciudad de provincia es una reunión de gente tímida; gente limpia, recién bañada, puntual y tímida. Mujeres, mayoritariamente, para quienes la PC es una especie de pecera donde zambullirse en una intimidad más recóndita aún que la sola privacidad del hogar.

Según un estudio realizado con una colega en la reunión del Día del Traductor del año pasado, las traductoras se dividen básicamente en nerds expertas (que con talento, tiempo y trabajo devienen en geeks brillantes, sin perder un ápice de modestia; tal el caso de mi colega Gabriela) y en esposas con maridos sufridos y con dificultades para distinguir entre el horno microondas y el televisor de la casa. El grupo incluye un 0,5 por ciento de varones y un aproximado tres por ciento de indomables que ya desde el Traductorado éramos marcadas como "la bohemia con inquietudes", lo que desde un punto de vista racionalista tecnocrático viene a ser una aberración espantosa.

Y lo peor es que mis profes tienen MUY buena memoria.
Su saludo de la noche: "Ah, estás MEJOR...".

La reunión del jueves 1 estaba anunciada a las 20; llegamos dos a las 20:03 y la traductora de alemán, Adelaida, de blazer rojo Chanel y cadenita de oro, ya estaba en la puerta. En pocos minutos llenamos el comedor de la Federación Gremial. Éramos como cincuenta, todos intimidados por la elegancia del lugar (a la que cada cual a su modo y en la medida de sus posibilidades había tratado de adaptarse lo mejor posible, como esas mariposas que se camuflan entre la vegetación), y a cada uno le llevó un par de horas terminar de saludar a todos los conocidos. Lo más usual fue terminar con los "hola" e irse.

Pero flotaba un aire familiar, como de casamiento.

Es poco práctico estar en un lugar donde todo el mundo es tan fóbico social como uno: una larga infancia de pasar cumpleaños tras cumpleaños junto a la bandeja de los sandwiches no me sirvió esta vez para pasar desapercibida (además era imposible pasar desapercibida con mi nueva falda rosa Dior a la que no había tenido tiempo de añadirle unos cuantos centímetros más de enagua para adecuarla a la sobriedad de la ocasión y con mi remera rosa al tono... rosa chicle, como dijo alguna malvada por ahí): mis colegas usaban las mismas tácticas de evitación, lo que redundó en una desaparición masiva de sandwiches.

Menos concurrida estaba la cerveza, que los mozos servían en botellas de litro en baldes de hielo y a la que dimos en secuestrar en un operativo conjunto con un colega recién recibido que firma Rosetta Stone. Y a quien la cerveza volvió muy locuaz con las chicas. No tuvo el mismo efecto en mí, que tuve que hacer un gran esfuerzo para conversar con el único traductor de japonés, y eso que es un señor extremadamente cortés y amable. Pero su castellano es muy raro, y él al parecer lo sabe: noté que hablaba como en ideogramas. Lamenté que hubieran faltado los traductores de ruso, con quienes charlé casi toda la velada del año anterior: ESO era un acento.

Como a la hora me encontré con mi colega Hernán, y continuamos una conversación que habíamos interrumpido dos años atrás en una esquina. Mientras tanto, las autoridades del Colegio desplegaban una artillería de rituales de inclusión. Hubo un sorteo donde todos ganamos algo (mediante el sencillo truco de sortear por los números de matrícula de los presentes, que habíamos confirmado nuestra presencia por anticipado). Hubo un brindis, hubo homenajes a algunos de nuestros referentes morales. Salvo por Itala, una anciana traductora de italiano que es una especie de diva de ópera y que estaba en la gloria, por lo demás era gente poco dada a lucirse, visiblemente agradecida y abrumada entre las flores y los flashes.

Tita, mi profe, era más sonrisa que boca. "Esta es mi casa", dijo mi colega Emilio, emocionado de verdad. Lagrimeaban algunos veteranos recordando los sufridos tiempos heroicos del Liquid Paper y la Remington. Qué alegría -comentábamos-, hoy tenemos computadoras, Internet, ¡y hasta bibliotecaria y Thesaurus! "Mirá cuando seamos una secta y tengamos papisa", decíamos con Hernán, ya en plan nonsense desbocado. "La Orden de San Jerónimo, Sur. En vez de exámenes de idoneidad, ritos iniciáticos. Bailar en la oscuridad. Oh, brindemos por eso".

"¿Ustedes están locos?" inquirió, sincera y simpática, una colega con inquietudes. Terminé convenciéndola de participar en mi taller literario. El mismo taller literario del que hablábamos con Hernán dos años atrás... Sí, una reunión de traductores es una reunión de gente fiel.

Traduttori, tradittori: ¿quién inventó esa calumnia?



A mi colega Ernesto, que se lo perdió por alentar a Newell's.
(Más que perdonado...)