Recuerdo de la Argentina
El tiempo abre cicatrices en el espacio: es el efecto memoria.
En esta misma plaza, en 1990 cuando se estaban yendo todos, plantamos con el grupo Rozarte un arbolito. Leí un discurso y le pusimos una placa: "Si puede quedarse, riéguelo". A aquel sencillo acto lo consideramos una obra de arte porque como nos considerábamos artistas, sentíamos que todo lo que hiciéramos o dijéramos resonaba en la posteridad como en una cámara de reverberancia. Ser unos engrupidos de mierda era nuestra dimensión religiosa.
A la placa, por supuesto, se la afanaron enseguida. El de la pala en la foto se fue y volvió. Meses en Alemania fabricando helados, jornadas de 13 horas. Too much. El arbolito se secó porque a nadie se le ocurrió regarlo, era poesía lo que decíamos, no iba en serio. El grupo terminó por disolverse. Por esa misma plaza caminé, tres años más tarde, rumbo a la estación Terminal de Ómnibus con un boleto de ida a la estación Retiro y seis pesos para el taxi en el bolsillo y dos valijas pesadas, una en cada mano, una de ellas llena de diccionarios. Un hombre me ayudó a llevarla (era pesadísima) y me preguntó: ¿Qué llevás acá? ¿Una oficina?
Sí, le dije.
Tenía esperanzas.
Hoy amaneció nublado. Mi gato salió al patio y vio que no había sol para tirarse en su pedazo de telgopor entre las plantas como hace siempre; entonces me miró y me dirigió un maullido suave e interrogativo, un miau como diciendo: che prendelo, cómo no anda. No era un reproche, sólo una pregunta. Ingenuidad de hijo. Le prendí la estufa. Tiene otro telgopor ante la estufa, por si el sol falla. No es mi culpa si el sol falla, pero él no lo puede entender.
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