Cae la luna
(fabulita moral)
Cae la luna; necesito capitalizarla. Escribo: “Cae la luna”.
Pido un vino y sigo: “Cae la luna/ adentro de mi vaso”. Vamos bien. Ya tengo dos versos: un dístico. El vino me sale sólo $ 1,50 el vaso, pero el vino de la casa de acá es bastante bueno. Una pequeña inversión en irrigación sanguínea cerebral: calculo que puedo permitírmela. Si es verdad que un dístico ya es un poema, y si sigo a este ritmo, a razón de un poema por nochecita (incluidos los novilunios) tendré un libro a fin de mes.
Un libro a la luna es un excelente negocio. La luna como materia prima y como recurso natural es renovable y está casi permanentemente disponible. A lo sumo me agarraré un dolor de cuello de tanto mirar para arriba (tengo que averiguar los honorarios de la masajista). Supongamos que no haya mercado, que las ventas vayan lentas, que esto no dé rédito, pero... ¿y el prestigio? No es una perspectiva nada despreciable, amasarme un prestigio literario con sólo sesenta versos y treinta copas de vino, a razón de una cada 24 horas (tengo que preguntar si los domingos o los lunes esto está cerrado).
No serán versos memorables; no serán versos conmovedores... pero, vamos, con mi dominio del oficio, ¿cómo no voy a poder escribir dos versos buenos por día? Puedo tirar unos cuantos en el papel y después seleccionar. Papel tengo, me basta con esta libretita que me salió un peso y es linda, me inspira. Birome tengo. O compro una de $ 0,75 en el kiosco de acá a la vuelta. Compu: 60 líneas las paso en limpio en un ratito; armo un libro, lo mando por e-mail a revistas, a concursos, a pequeñas editoriales... ¡que circule!
Soy argentina, soy poeta, soy emprendedora, soy talentosa, soy laboriosa. Hasta podría ganarme algún premio en euros en España: allá también ven la luna.
Lo que se dice, un negocio redondo.
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