Sin llaves y a oscuras
Una de cal y una de arena
Poeta que tiene tanto de intimista como de constructivista y de deconstructivo, Fabián Casas (1965) hunde los cimientos de cada uno de sus poemas en el terreno sólido que previamente ha cavado como lector. Catástrofe o catastro, su registro de lo urbano se inscribe en una escritura legitimadora, fundante. Su estilo es una puerta abierta, pero siempre dentro de un marco. Casas es menos un epígono que un sucesor, en tanto deviene propietario de una herencia literaria que constituye la morada de su arte. Su techo son los maestros de la lengua inglesa. En su obra se perciben ecos de "La tierra baldía" de Eliot y de "La carretilla roja" de Williams. No en balde carga con lo concreto, con lo férreamente armado de un muro irrevocable. La arquitectura de su poesía se va instalando eléctricamente en el oído como un conjunto de conexiones que posibilitan tanto la lectura como lo musical. "Yendo de la cama al living", dijera el bardo Charly, en otra de sus influencias iluminadoras para el ámbito de Casas. Ducho en una fluidez que elude lo plúmbeo aunque circule a su través, Casas se toma su tiempo para denominar y designar los paisajes que le ofrece su ventana. O para jugar con los muebles, sin dejar de apreciar la inmovilidad: su valoración creciente del espacio doméstico donde nada sucede -pero donde se va la vida- constituye un verdadero cálculo inmobiliario. Un plan quinquenal, como tantas otras ruinas de la Historia por donde deambula y donde pernocta su nostalgia. O su neuralgia. Casas será recordado como el poeta que se animó a decir "aspirina" en vez de "bálsamo", llamando al analgésico por el nombre con que se lo busca en el cajón de la mesa de luz. Fabián Casas marca un antes y un después en la construcción del lenguaje.
Pero que salga un poco, este muchacho.
No sólo a sacar la basura...
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