Mejor me quedo
Daniel Massei tiene razón: mejor no me voy nada.
Lo que sí: NUNCA más reseño un libro de poesía. Nunca. Jamás.
Lo juro por los mocos de Proust, por la tos de Kafka.
Nunca más paso un día como el de hoy.
Al alivio de creer que podía despedirme sin más, le siguió una congoja tan profunda, que me fui al Mc Donald's y eso me levantó el ánimo. Me había vuelto sensible a las artimañas antidepresivas del marketing: el payasito de colores, los estímulos ambientales pseudohogareños.
¿Cómo tenés que estar de mal para que el Mac te levante el ánimo?
No podía dejar de pensar en mi padre muerto mientras miraba todos esos niños con ropitas caras y dejaba pedazos de lechuga tirados en la entrevista de La Nación a un profesor de Harvard que daba por truchas las versiones existentes sobre el 17 de octubre y decía que este país es farolero y encantadoramente desesperante.
Hasta me hizo bien leer la nota de Fresán en el Radar sobre el suicida Elliot Smith y su poesía desesperada: "¡...Uuuy... igual que yo!" me dije, y al instante me di cuenta de que estaba pensando en mí en forma póstuma.
Y me agarraron unas ganas bárbaras de comprarme un montón de armas y hacer una masacre y después volarme la cabeza de un tiro, total, para qué quiero vivir sin el Diario. Hartazgo, hartazgo total y absoluto de que todo en la vida sea caos, destrucción y muerte, hartazgo de que siempre todo sea final y más final, y nuevos finales cuando ya parece que pasaron el cartel de The End como veinte veces, pero no, siguen y siguen las bajas, ya viste pasar todas las bolsas de 1,80 m de largo que querías ver y sobre todo las que NO querías ver pasar y siguen pasando. Y ese es el momento en que te da culpa seguir en pie, respirar, ver el brillito azul en la superficie del lago como en una oscura seda arrugada, ver las luces del parque a través de las ramas de los árboles. Y al malabarista del semáforo en rojo se le cae una antorcha en el medio de la calle. Y tiene puestos los mismos pantalones a cuadros de la semana pasada, y ya se le cayó la antorcha la semana pasada también y a lo mejor es parte del show. Y mientras esquivás los pozos que la Municipalidad ha dejado en la calzada como cicatrices, pensás en Paul Celan y empezás a entender cómo es que los sobrevivientes recién se suicidan cuando empiezan a tenerlo todo.
En suma, un domingo de mierda.
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