Navidad
(una alegoría)
No pudo escapar.
Quería mantenerse lejos de todo eso, quedarse en casa. Pero no pudo. Esa noche terminó cenando en una mesa redonda y llena de pequeñas velas rodeadas de piedritas lila.
A su derecha estaba sentado su hijo. Lo había visto más temprano. Hacía años que no se veían. Ella ni bien verlo le había regalado un libro y luego lo había espiado, había mirado cómo el hijo trataba de leer el libro en la penumbra. El libro estaba abierto en su falda y él se inclinaba como sobre un libro de oraciones, como si bebiera de las páginas. El hijo estaba tan joven como siempre, tan a la intemperie como antes. Se apoyaba en cada palabra.
Sentado frente a ella estaba el hermano. Era el mayor, era el mejor. Había traído a tres parientes políticos. Literalmente, es decir: él era el hermano que a través de la política siempre le había conseguido cosas. Un amoral, un manipulador. Ella lo había admirado toda su vida y durante los últimos cinco años se había esforzado por odiarlo. Él se siguió comportando siempre como si ella lo siguiera queriendo. Ella le tenía demasiada piedad para decirle que no, que no lo quería más. Más tarde, cerca de la madrugada, ella paró de bailar cuando lo vio de pie en la oscuridad, mirándola, llorando.
Junto al hijo estaban el abuelo y el tío. El tío era el más inteligente de todos. Era amable y sus verdaderos pensamientos eran siempre un misterio. El abuelo quería dejar un buen recuerdo: era pura dulzura. Ella le regaló un libro, él lo perdió, después lo encontró y le pidió disculpas... al libro. El abuelo era tan respetado que no necesitaba decir nada sobre sí mismo. Daba buenos consejos a todos y a todos les deseaba buena suerte.
A su izquierda estaban los primos. El que la había ido echando sutilmente de la empresa familiar, el que vivía haciéndola dudar de su capacidad hasta que ella paró de intentarlo, pero que siempre le había hecho regalos, siempre le había sonreído. Y también estaba el primo bello, el que le gustaba. Cuando la cuñada lo trató de feo, ella salió en su defensa. El hermano se reía a carcajadas.
El primo bello sedujo a la chica más hermosa de la fiesta. Una pelirroja de mirada no del todo serena con un vestido ferozmente azul. Ella vio en el espejo cómo él cruzaba todo el salón con la chica de la mano y un balde con champagne y hielo en la otra. Rumbo a otra fiesta. "Contame todo", le diría ella al día siguente.
El hermano, como siempre, hacía demasiadas preguntas. El hijo casi se duerme pero después se despabiló y se fue a la otra fiesta. Ella le juntó los libros. Todos ellos la quieren, todos ellos la admiran, ella no puede evitar amarlos tanto.
Ahora ella sabe que todavía no dormirá. Mientras tanto, escribe.
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