el blog de un dinosaurio rosarino que escribe novelas disfuncionales, salvajes e imposibles de conseguir

Tuesday, November 02, 2004

Puntería padre

Una hipérbole

La escena es sencilla. Sótano de un bar, dos escritores y una escritora leyendo sus textos en prosa, el doble de gente en el público (son como seis). Pero QUÉ público. Desde esa tarima que no sé cómo llamar (estrado implicaría cierto grado legítimo y consensuado de autoridad; púlpito, ni en pedo) se divisa a una respetada profesora de Letras. Terminada la lectura, la profesora se acerca a los autores para felicitarnos y hacer un aporte de crítica constructiva. Sabias y bienvenidas palabras que remata con un desafiante y sorpresivo: "Porque yo defiendo a los transgresores". Ella lleva un colgante muy interesante al cuello. Un caracol, si mal no recuerdo. Le pregunto qué es y me cuenta que se trata de un amuleto. Protector, africano, algo así. Contra el mal o algo de eso.

¿Estaré en guerra y no me di cuenta? La ficha baja de golpe y la ignoro; me digo que es mi paranoia, que no hay nada que temer. Como escribe Daniel Massei, "guerra" es una palabra muy exagerada en casi cualquier contexto.

Pero el sustito me vuelve ahora, un año y medio después: sí, ella ha venido a nuestra lectura desafiando una prohibición social. Ha venido en secreto como iban o van en secreto las mujeres católicas a las reuniones feministas, las mujeres casadas a los grupos de autoayuda, las mujeres obreras a las reuniones sindicales, en suma: toda dama perteneciente a alguna institución sólida (Iglesia, familia, empresa) deslizándose hacia sus márgenes críticos, envuelta en su chador, confiando en la frágil protección de algún bizarro símbolo mágico...

No la nombro porque le van a gritar "Nigger lover, nigger lover!" como los yanquis racistas del Sur, y le van a tirar piedras. La Letra Escarlata, revisitada. Si se descubre que come carne no kosher, quizás hasta tenga que emigrar...

¿Será para tanto?

Parece que sí. Parece que, sin proponérnoslo, los escribientes sin título ni cátedra somos nomás los malos del culebrón brasileño en este pueblo. Todo triste mortal que en sus ratos de ocio aporreó la Underwood sobre algunas resmitas per piacere, para el folklore resultó ser mucho más que eso. Es la codicia encarnada, el vicio mismo, es quien acecha y ambiciona una inmortalidad que no merece, y la persigue por los caminos más tortuosos. Es lo prohibido, aquello tan codiciable y condenado que te espera en medio de la noche, porque sabe de tu fingido conformismo y de tu insomnio. Somos, sin haberlo buscado, los malditos. Los amantes fuera de toda ley, al peor estilo "Padre Coraje". Las Mónicas Lengüinskis que nadie en su sano juicio piensa invitar al Congreso de la Lengua, a ver si todavía lo que escribieron nos gusta y nos reímos; a ver si todavía encima chupan alguna media y a fuerza de elocuencia zafan, salen de su secreto de improbable leyenda local.

A ese estado de cosas hemos llegado en las letras de Atopia.
Por lo que me importa.
Pero me voy a dejar el pelo lacio como Facundo Arana.
A ver qué pasa.